Jail House Rock - El Pacto en Uribana (Memorizando en este blog otra entrega)

Esto fue publicado por primera vez el 27 de septiembre de 2011.

El Pacto
, agrupación que va rumbo a sus 20 años y que a lo mejor hasta ya los tienen, desde que se reunieron a tocar, cabe decirlo que aún se mantienen dentro del movimiento de vanguardia en Venezuela.

Sonando bastante en este 2011 con Aracal y Pueblo A La Calle, han sido bandera del sistema socialista del país, entendiendo que de este lado del sistema ellos motorizan nuevas generaciones que se suman a un movimiento más libertario y conciente, saboreando la utopía con ironía en sus letras.

El Pacto no es solamente un grupo que toka, es una agrupación que participa y hace trabajo colectivo y voluntario, como estandarte no se posicionan como grandes, no son líderes, sólo voceros de ideales, y con cantos de protesta identifican su sentido de pertenencia.

Aracal - El Pacto



Pueblo A La Calle – El Pacto


Para el Pacto, el colectivo de Mérida conformado por Rodrigo Acosta (Guión y dirección y también), David Mosquera (Fotografía), Shakti Sanchez (Animación 2D y gráfica) y Bettsy Baettig (Edición) realizaron un video del tema "I need to know" perteneciente a su reciente producción discográfica "Bailando con los gallos" . ¡Aquí se los dejo para que Tripeen!

¡¡Antes les comento que este colectivo se viene moviendo con su largo Medianía, y cortos que pronto estarán en la televisión, todos hechos con títeres como personajes!!

Ahora si... el video:


I Need to Know – El Pacto


Igualmente paso la voz de una de las presentaciones más intensas que para mí es descrita como toda una experiencia, así lo hace ver Ciro Rabají, bajista de El Pacto, quien conjuntamente con José Gabriel Álvarez y Licar Vasquez, conforman la base de esta agrupación.

Les dejo el texto y me despido Por ahora…

JAIL HOUSE ROCK: EL PACTO EN URIBANA

Sábado 24 de septiembre de 2011.

Todo estaba dispuesto esa mañana. Parecía que una fuerza desconocida había hecho que las circunstancias se acomodaran en tiempo record para que ocurriera.

Solo 48 horas antes, un amigo músico que hace pocas semanas estuvo recluido algo más de un mes en la cárcel de Uribana por razones bien injustas, me hizo conocer su intención de volver a ese lugar, esta vez con un objetivo altruista; fue su idea de que por primera vez una banda de rock pisara ese infierno terrenal, buscando abrir pequeños espacios que en un futuro no muy lejano deberían pavimentar el camino de la cultura a esos parajes prohibidos que todos convenientemente olvidamos.

La sola mención de la palabra Uribana causa escalofríos en cualquier habitante de esta ciudad. Se trata de un lugar categorizado como cárcel, pero basta un contacto real para entender que esa palabra sólo sirve para amortiguar la caida a un sitio realmente indescriptible.

Diez de la mañana. En pocos minutos, y luego de buscar a nuestro guitarrista, ya estábamos en la vía a Uribana. En el camino nuestra entretención más inmediata era bromear entre nosotros, a ver cuál de todos era el más asustado por la experiencia que estábamos a punto de vivir. Los pañales eran en ese momento un artículo de primera necesidad para la banda, comentábamos mientras reíamos algo nerviosos.

Nos acompañaba nuestro amigo músico, ex integrante de la banda que luego se sumaría como uno más en el concierto, además del director de cultura del Centro Penitenciario, quien aprovechaba el viaje para interiorizarnos sobre la iniciativa cultural, sobre mitos y realidades de la cárcel de Uribana y a su vez advertirnos , o aconsejarnos, acerca de cómo nos debíamos conducir y comportar dentro del recinto, a fin de evitar alguna situación imprevista.

Al llegar al lugar fuimos recibidos por otro funcionario, un amigo que ya conocíamos y con el que habíamos planeado en algun momento esta experiencia. Tras dejar atrás el primer puesto de control, nos encontramos con más de un centenar de mujeres, de todas las edades y apretujadas esperando turno para entrar a visitar a sus parejas privadas de libertad. Bajamos del transporte con nuestros equipos de audio e instrumentos mientras somos advertidos de lo que será una dura experiencia, pero no quedamos indiferentes al primer control personal que se nos hace antes de entrar: dos funcionarios de la Guardia Nacional nos hacen pasar a un cuarto donde debemos desnudarnos por completo, revisando incluso nuestras ropas. Obligados a ponernos en cuclillas, la situación pone a prueba nuestros límites; sólo una pequeña ola en el mar de emociones que viviremos adentro en las próximas horas.

ARRIBO
Viene el último control. Nuestros equipos son revisados minuciosamente; los amplificadores son destapados con destornilladores, el bombo de la batería es desarmado… los gendarmes hacen su trabajo mientras uno de ellos me pregunta por la marca de mi bajo y comenta su interés por aprender a tocar guitarra. Pese a la hostilidad aparente, sólo es gente haciendo su trabajo.

Finalmente, unos pocos pasos nos llevan al portón final. Una inmensa lámina de hierro que fue pintada con un colorido paisaje semejante al paraíso terrenal. Una burla? Una ácida ironía de algún pintor evangelizado? En el contexto de lo que veremos adentro, la pintura resulta una cruel carcajada.

Al traspasar aquel portón entramos a otra dimensión. La férrea seguridad de los funcionarios desaparece por completo y entramos a una ciudadela habitada y gobernada por criminales. Avanzamos por un camino pavimentado, flanqueado por un inmenso y árido espacio baldío, por donde pasean reclusos y merodean chivos, perros, cerdos y ovejas, con enormes y putrefactas montañas de basura a ambos lados de nuestro camino. Es en este momento en el que nuestros nervios se ponen a prueba. Cualquier cliché que se pueda tener sobre la imagen paradigmatica de lo que conocemos como un “malandro”, acá se vuelve realidad. El escenario es una postal apocalíptica difícil de describir.

Seguimos nuestra ruta al sitio preciso del concierto, cargando unas ruidosas carretillas metálicas que transportan la caravana de instrumentos, mientras una multitud de individuos deambulan a nuestro alrededor: unos empuñando afiladísimos cuchillos artesanales, otros con pistolas automáticas en sus manos, y hasta con armamento de guerra, fusiles AK 47. A lo lejos se escucha el beat incesante de una miniteca y algunos disparos. Rápidamente un funcionario nos aclara que son sólo tiros al aire festejando el día de La Merced, una festividad religiosa importante para los reclusos. Ya para entonces la tensión se mezcla con varios sentimientos desagradables. Es un choque frontal con la realidad que tardaremos un rato más en digerir.

IN SITU

Por fin llegamos al sitio del toque, el patio central del Area de Seguridad Media. Desde allí es de donde emana el trip house estridente que escuchamos. Una miniteca se instaló con una pared de parlantes en un extremo del recinto, y su sonido hipnótico parece intentar sumir a los reclusos en un trance que les ayuda a calmar sus emociones.

Los primeros minutos son eternos. Como portavoces sociales, en parte de su discurso ElPacto busca entregar un mensaje de inclusión e integración; a primera reflexión, este vertedero humano nos hace cuestionarnos varias cosas del proceso político que vivimos. A todas luces la situación carcelaria de un país en revolución está a años luz de este dantesco lugar. Es un hecho que las recién asumidas autoridades penitenciarias tienen una labor titánica frente a sus narices.

La actitud de los reclusos es variable; los estados de ánimo fluctúan, pero hay una mirada común en todos los rostros. Es una sensación inquietante pensar en las historias detrás de cada uno de ellos. El ambiente enrarecido se condensa aun más cuando voy al baño, ubicado en la Zona de Alta Seguridad, donde se supone que residen los criminales de mayor peligrosidad. Luego de atravesar un pasillo en compañía de uno de los funcionarios, encontramos otro patio de proporciones parecidas al contiguo. Hay otro sistema de sonido que hace vibrar en nuestros pechos el regetón más furioso.

En esta ala de Uribana es más evidente lo que afuera es un comentario generalizado: pequeños tarantines que venden desde licor artesanal y confites hasta pequeñas bolsas de cocaína. Dando inicio al día de la Virgen de La Merced, hoy temprano en la mañana unos reclusos sacrificaron un toro, y su cabeza ensangrentada es ahora exhibida en el centro del patio, clavada en una cabilla oxidada. A pocos metros, varios internos comen ayudados con sus cuchillos las entrañas del animal, mientras en el piso los organos desechados son devorados por un par de perros. Inmediato a esta escena, un disparo al aire me hiela la sangre; el miedo va y viene, porque como dijo el baterista de ElPacto “pa estar acá hay que estar cuatriboleados”…

EL TOQUE
Finalmente, tras dos largas horas de espera mientras se solucionaba un problema eléctrico, nos subimos a tocar los seis temas que trajimos preparados para la ocasión. Por sugerencia de uno de los funcionarios, hemos hecho dos modificaciones: a la letra de nuestro tema Caravana le quitamos la parte que dice “ojalá y la policía se lo lleve de una vez” y el nuevo tema Aracal queda fuera de la lista por empezar con la frase “Virgen del santo dolor, Satán te trajo una flor”. Es un día de festividad religiosa y no queremos tocar susceptibilidades. Mejor no correr riesgos.
Unos quince o veinte presos que conocen a ElPacto siguen de manera entusiasta los primeros temas frente a la pequeña tarima en la que tocamos a pleno sol y con más de 40 grados a la sombra. El resto de los internos, con actitud uraña sigue atento el espectáculo desde la entrada de sus cubículos que bordean el patio. Los pocos aplausos al final de cada canción contrastan con la atención evidentemente captada.

Sin contar una obra teatral y un grupo de música folklórica, el nuestro es un espectáculo inédito en el recinto. Nuestro vocalista intentó empatizar haciendo referencia a la estampa de Antonio Gramsci en la franela que lleva puesta, comentando que este filósofo italiano escribió gran parte de su obra cuando estuvo preso.

Pese a la presión ambiental, a la altura de la penúltima canción el concierto ganó en soltura. A ratos llegó más gente frente a la tarima, y el ambiente se distendía cuando un disparo al aire de un arma automática nos hizo volver a la realidad. Terminado el corto recital, algunos internos se acercaron a conversar con la banda y los organizadores. Ya para entonces retumbaba nuevamente el regetón en todo el patio, mientras un recluso sin camisa y con un grueso y brillante medallón en su cuello bailaba frenéticamente haciendo malabares con su cuchillo. Sentado junto a mi, un interno taciturno aprovechaba el día de visitas para acariciar el vientre preñado de quien parecía ser su mujer. Extenuados, ya casi al final de la tarde nos movimos de ese patio para dar el último concierto de la tarde.

A pocos metros de aquella ciudadela malandra llegamos al anexo de mujeres, una casa grande con un patio central donde instalamos velozmente los equipos y ofrecimos un concierto bastante más relajado, aunque con una energía inesperada por parte de las auditoras. Ante un contingente de reclusas menor al de los hombres, resultaba más fácil individualizar a quienes estaban en el lugar. La evasión y la tristeza eran el motor de gran parte de las 69 internas que siguieron nuestra presentación, algunas bailando y otras desde un rincón con la mirada perdida.

Ya subiendo los equipos al transporte que nos sacaría de allí, los comentarios sobraban. Este rock de la cárcel no tendrá el glamour del que bailaba Elvis Presley, pero de seguro que sus acordes se quedarán grabados en nuestras memorias, con la misma rudeza rockera de aquel temazo de los cincuenta.

Por: Ciro Rabaji
@elpactovzla

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